El seguimiento mediático de éste horror que nos golpea a todos, ayuda a replantearnos con urgencia nuevos caminos a seguir, en pos de construir una sociedad menos violenta, superficial y amoral. De lo contrario estamos perdidos, tan perdidos como esos jóvenes victimarios de Fernando, hundidos en el más profundo vacío existencial.
Si bien la violencia entre los hombres no es hecho nuevo y acompaña su devenir desde el principio de los tiempos, la visibilización de la misma a través de los diversos medios de comunicación hoy existentes, nos permite analizarla, repudiarla y prevenirla como nunca antes. Es cierto que los procesos sociales tendientes a mejorar la vida en comunidad, requieren de continuas y persistentes etapas de educación y concientización para revertir flagelos como la violencia; por ello su impostergable tratamiento se vuelve prioritario para cualquier comunidad que se precie de su propia salud integral.
El contenido racista y clasista del crimen de Fernando, da cuenta de la existencia de ciertos parámetros sociales que lamentablemente existen entre nosotros. “Cargarse” a alguien por ser un “negro de m….”, demuestra el estado de cierta amoralidad con la cual algunos seres se manejan, auto percibiéndose ellos mismos como superiores, mejores y pertenecientes a una “elite” que los habilita a despreciar, violentar y hacer desaparecer si es necesario, todo aquello que no se les asemeja. Llevado al terreno judicial, su intolerancia se transforma en delito.
En esa macabra trama social donde unos “pertenecen” y otros tienen que “verla de afuera”, se imponen valores propios de la ideología capitalista-consumista: sos lo que tenés, vales por lo que mostras y pertenecés si te sumás a una simulación degradante de lo que es bueno, exitoso y supuestamente exclusivo. Es la mediocridad en su máxima expresión, el triunfo de la cultura de la imagen, de lo transitorio e inmediato; versus la cultura del esfuerzo propio, de la solidaridad, de una comunidad de valores que enaltecen nuestra condición humana.
En medio de tanta superficialidad, de tanto vacío y pobreza humana, se pierde la noción de lo verdadero, de lo profundo, de todo aquello que nos hace verdaderamente dignos, seres posibles de construir una realidad superadora a la existente.
Una realidad centrada en la protección de sus mejores especímenes, aquellos que no se destacan por su belleza, peso corporal, dinero, color de piel, nacionalidad, orientación sexual u religión. Los mejores seres son aquellos que dejan el ego de lado y mejoran la humanidad con su existencia, aportándole amor al prójimo, comprensión, bondad, solidaridad, inclusión y respeto por la vida, propia y ajena. Esa sociedad está presente en quienes asistieron a Fernando en su agonía, en la entereza de sus padres tras el terrible dolor de perder un hijo, en quienes fueron a las marchas reclamando justicia por su asesinato; en quienes luchan día a día contra toda forma de discriminación e impunidad por portación de apellido o billetera.
La violencia social que padecemos, será derrotada cuando entre todos podamos instalar nuevos vínculos morales y parámetros interpersonales capaces de aceptarnos más allá de nuestras sanas y constructivas diferencias. El respeto por el otro no es una utopía, es una necesidad inherente a la condición humana y un derecho, capaz de preservarnos de nuestras propias miserias; esas a las cuales nos conducen agentes externos interesados en exacerbar nuestras divisiones por ser redituables en términos materiales. Divide y reinarás.
Fernando nos dejó la enseñanza de su propia vida, el desafío de superarse por sí mismo, la generosidad de sus acciones solidarias, el amor a sus seres queridos, la certeza de la humildad y sencillez con la que algunos enfrentan la vida para mejorarla sin mezquindades. Semejante entrega merece una retribución justa, por parte de quienes nos quedamos a luchar contra toda forma de violencia, discriminación e injusticia, en defensa de la integridad de una sociedad que anhela la paz, sin exclusiones.-
*Silvio Javier Arias
Prof. en Ciencia Política
Asesor Legislativo
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